jueves, 8 de julio de 2010

¿Cuento chino?, ¿Cuento indio?, ¡nunca se sabe!... pero es magnífico

Me lo envió mi amiga (y más que eso), Raquel. Y me lo encuentro releyendo viejas correspondencias. Me parece que no tiene desperdicio,


Un antiguo relato chino cuenta la historia de un anciano campesino que tenía un viejo caballo para trabajar su campo. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano lo supieron, se acercaban para condolerse con él.
¡Cuánto lamentamos su desgracia!

Pero, el labrador, les contestaba:
¿Mala suerte? , ¿Buena suerte? , ¡nunca se sabe!

Una semana después, el caballo regresó de las montañas, trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces, los vecinos fueron a visitar al campesino:

¡Ahora sí que hay motivos para felicitarlo! , ¡Está con suerte!

Pero el anciano a todos les contestaba por igual:
¿Buena suerte? , ¿Mala suerte? , ¡nunca se sabe!

El hijo del anciano labrador intentó domar uno de los potros salvajes. Se cayó y se quebró una pierna. Cuando el vecindario se encontraba con el campesino, le comentaban:
¡Este accidente, sí que es una verdadera desgracia!

No pensaba así el viejo campesino y se limitaba a decir:
¿Mala suerte? , ¿Buena suerte? , ¡nunca se sabe!

Un par de semanas más tarde, se supo que el emperador había declarado la guerra. Una patrulla de soldados entró en el pueblo reclutando a todos los jóvenes que estaban en condiciones de enrolarse en el ejército. Cuando vieron al hijo del viejo labrador con la pierna rota lo dejaron tranquilo.

Las personas del pueblo se acercaban a su viejo y sabio vecino, preguntando:
¿Habrá sido "buena suerte" o "mala suerte"?

Todo lo que a primera vista parece un contratiempo, puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera vista, puede ser realmente dañino.
Así pues, será una sabia actitud que dejemos decidir a Dios lo que es mala o buena suerte.
 
Reflexión: alabemos y agradezcamos al Dios de la Vida que "sabe disponer todas las cosas para el bien de sus hijos" (Rom 8/28 ). Pidámosle que podamos decir como Jesús, desde lo más profundo del corazón: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre ( Jn 4/24 y Jn 8/29 ), y que nos dé el Espíritu Santo ( Lc 11/13 ), con los dones de sabiduría, fortaleza y constancia para que, asemejándonos a Jesús, también podamos ser consecuentes y  decir llenos de confianza y convicción tal como Él: "Padre, que se haga tu voluntad y no la mía"( Mc 14/36 ).

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