viernes, 16 de octubre de 2009

El miedo a lo desconocido

A Santos Terra, que con cariño me echa de menos en estas páginas, y a tantos amigos que nos habéis ayudado a luchar, a salir adelante sin miedo
             
Le han detectado un cáncer en la vejiga a mi simpática amiga María Luisa. A ella, que estaba siempre pendiente de mi operación y de mi convalecencia y que admiraba el buen humor con el que mi familia y yo mismo encarábamos mi cáncer. Y se ha tomado el suyo con una gran tranquilidad desde el primer momento. El día que le dijeron que era  maligno me manifestó que ella no se sentía enferma, “solo tengo que gestionar un problema”. Y así sigue, ahora que le han dicho que tienen que volver a operarla.

“El miedo -dice Martín Descalzo, citando a otro autor que no recuerdo- nos aparta de las derrotas pero también de las victorias”. Es verdad que hay un miedo racional y razonable, que nos ayuda a evitar peligros. Es el respeto hacia ciertas cosas, diría yo, el respeto a los abismos sin barandilla. Pero hablamos de otro miedo, del que no nos deja ser libres, el que nos arrincona y empobrece, nos atenaza y nos hace sufrir inútilmente. Es el miedo a lo desconocido, el que nos paraliza y hace sufrir cuando nos esforzamos en imaginar la peor de las posibilidades en nuestro horizonte vital. Quitarnos esos fantasmas de en medio es algo al alcance de cualquiera, pero también es una labor de todos los días.

Vivimos en la civilización del recelo y la aprensión, del miedo. Es mi modesta opinión que hoy, con todos los medios y tecnologías disponibles, con todos los avances sociales y grados de libertad que aparentemente nos ofrece “el sistema”, éste, en realidad, nos domina, creando más miedos e histerias colectivas que nunca antes en la historia. Colaboran las comunicaciones instantáneas y los que las manipulan. Se trata de invitarnos a la inacción, a la parálisis. No actúes que te la juegas. No debes salir a cuerpo limpio, tienes que cubrirte con mil y una pólizas de seguros, vehículos más seguros, casas más seguras, la calle está llena de peligros, ¡ojo!, no voy a Egipto, porque en Vietnam está la fiebre del pollo…! (caso real, en mi trabajo, en la agencia de viajes). Algunos pensamos que detrás de eso hay grandes negocios. El de la vacuna de la gripe A, por ejemplo… 
(buena info en
http://docs.google.com/Doc?id=df2c4c8_9dhwkdqcn&btr=EmailImport )

Y al optimista, al que sale a cara descubierta lo tildamos de inconsciente, de insensato, de chalado. Decía Gabriel Marcel -citado también por Martín Descalzo- que en nuestro tiempo "el deseo primordial de millones de hombres no es ya la dicha sino la seguridad"

En un bello poema, Viva el Perú, carajo, relata Jorge Donayre con desbordante optimismo la geografía, los caracteres, los terremotos, las inundaciones de aquel país y toda una filosofía de aceptación/superación de todas esas situaciones inevitables:

"Viva el hombre peruano,
al que no espanta la dura geografía
que Dios nos entregó como instrumento.
Sobre las conmociones cataclísmicas
que agitan los cimientos de los mares y la tierra
sembramos, desafiando terremotos, nuevas ciudades, nuevas casas.
Las riegan las lágrimas transidas de las viejas,
de los huérfanos niños, de los hombres.
¡Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto!
¡Viva el Perú Carajo!
También al huayco (alud), a las inundaciones, las sequías,
le sabemos sus caras de miseria.
Sus derrumbes, sus vértigos de sangre,
les conocemos desde viejas edades.
Y para todas esas camaradas desdichas,
hay un Pedro Quispe y una Juana Flores,
que a fuerza, de coraje, de sudor, de esperanza,
han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos
y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe,
ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre;
el perfil majestuoso de una iglesia,
un pueblo, una ciudad y una costa
o una sierra de continuadas urbes
que se levantan y caen ¡sin miedo a nada!
¡Viva el Perú Carajo!"
(se puede disfrutar, cantado y completo, en el video:
http://superavefenix.blogspot.com/2008/07/viva-el-per-carajo.html  )

Del gran psiquiatra, Viktor Frankl (1905-1997), que vivió las dos grandes guerras, la segunda en hasta cuatro campos de concentración, entresaco varias frases de su interesante libro, El hombre en busca de sentido:

“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor siempre podrás escoger la actitud con la que confrontes ese sufrimiento”

“Al aceptar el desafío de sufrir con entereza, la vida mantiene su sentido hasta el último instante, lo conserva hasta el final"

“Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino”

Y, por último,  “El amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo último,… sella conmigo tu corazón pues fuerte como la muerte es el amor”

Para mí, es este sentido del amor que todo lo trasciende, la fe que me transmitieron mis padres y mis educadores, la que me ayudan a sustentar mis amigos; ella es, digo, el origen de cualquier fuerza que me permite superar situaciones difíciles y que me regala flashes de felicidad tan a menudo.


Me despido con Giovanni Papini, que escribe en La felicidad del infeliz: "He perdido el uso de las piernas, de los brazos, de las manos, he llegado a estar casi ciego y casi mudo. Pero no hay que tener en menos estima lo que aún me queda, que es mucho y mejor: siempre tengo todavía la alegría de los otros dones que Dios me ha dado. Tengo, sobre todo, la fe"

No hay comentarios:

Publicar un comentario